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Página de pequeñas prosas analíticas, opiniones y decires literarios; citas y notas sobre Libros de Poesía, Prosa, Dramaturgia, Ensayo, Filosofía, Arte en general, Misceláneas, Pensamientos, Reflexiones. Moderado por TINTA BUENOS AIRES.

domingo, 25 de febrero de 2018

"Hero - Carmina", poemario de Ricardo Rubio comentado por Cesc Fortuny i Fabré



HERO CARMINA. En el principio era el Verbo.

El epígrafe de Thomas Carlyle, que abre las puertas de esta obra, representa un hilo, una columna vertebral donde se sustentará el periplo del héroe. El título no engaña, Hero Carmina, poema para y por el héroe. Poesía ya no heroica, sino escrita desde la heroicidad, desde las tripas mismas del acto vital, de la mirada al pozo y de la autoconciencia El salto de fe al abismo de saberse, de autoconocerse. Las canciones del héroe, la consciencia, la vida.

Según el evangelio de Juan, “En el principio era el verbo ...” así en nuestro Hero Carmina, Ricardo Rubio nos dice en el poema  Tierra de Lid “... Luego llegan las mañanas del alfabeto: las líneas cruzan el papel y el lápiz cristaliza la memoria ...”  Al igual que un discurso, nuestra mente se construye, se forma, y como decía W.S. Burrougs, el virus del lenguaje se encarga de estructurar nuestra mente, de dar nombre a sensaciones y a conceptos que nos serían del todo ajenos.

Sin ninguna piedad, el poeta nos advierte que “ ... Tiznado, entre la inercia y los sueños, el héroe empieza a vivir jugando al desenlace. ...” ya que de ese inconsciente que colapsa, nace la voluntad, el empuje o la libido si lo prefieren los más freudianos, que nos arrastra río abajo. Siempre el mismo lecho, siempre distintas aguas.

Una vez hecho el salto, una vez conseguido el desequilibrio que mantenía la balanza, el consciente se va formando al dar nombre a las cosas, y al hacerlo, se va formando a sí mismo. Como un mantra eterno que no quiere despertar, pero que al ser recitado en voz alta, despierta a su emisor. Muy descorazonador resulta la insistencia de Rubio en recordar el azar, el caos inherente a la creación, el doloroso sinsentido de la existencia: “Nos es dado este fragmento para intuir la luz,/ para verla nacer y morir en manos de la ruina,/ para ser y no ser entre raudales de azar,/ para fatigar su índole,/ su esencia de secreto,/ su afonía.” Descorazonador, sí, pero terriblemente bello.
Cesc Fortuny i Fabré

Para el poeta, es ya toda una heroicidad, roer ese estadio preconsciente, ese cálido útero de la mente, en el que ésta funciona de otra forma, con otros códigos probablemente mucho más naturales, así “... el niño funda la sustancia silábica,/ una intención de lumbre en el sonido ...” 

Llama la atención la pulcra construcción gramatical, el quirúrgico dominio de las palabras, imposibles sin un oficio sólido, sin una experiencia asentada. Algo que me induce a pensar en una madurez, en un control de las riendas, que permite hacer y deshacer al poeta lo que le viene en gana. En esta primera parte del poemario, me resultan muy destacables  los versos del poema La lucha interior del adalid: “Veo la oscuridad/ y no sé si la noche es la de afuera.”  Esta certera simplicidad con la que se expresa en ocasiones, contrasta con el complejísimo discurso que encierran las palabras.

Las estructuras de los poemas suelen contar con versos flotantes, lapidarios, sentencias que sepultan inmisericordes, y que resonantes, rebotan en nuestra memoria inmediata. Estos versos flotantes, son usados en ocasiones tanto a principio, a mitad o al final del poema, amén de ser usados en las tres ocasiones a un tiempo. Pero es para mi gusto el verso flotante final, el que actúa de rúbrica, el que encierra el secreto y la sorpresa, es como digo, la losa que el héroe debe soportar en su largo recorrido.

Los versos en forma de pregunta interrogan al héroe sobre el mundo que le rodea, le sitúan y le anclan poco a poco en esa realidad que se construye con el discurso, con la interpretación.

Si la primera parte del poemario es la niebla de los sueños, el preconsciente, la segunda es la asunción de la no heroicidad,  “No habrá juglares ni trovas/ para el héroe de todos los días./ Será diminuto, invisible,/  un latido al azar.” o en otras palabras, la desaparición de las formas mágicas, y la aparición de lo cotidiano, y a su vez, el hecho de que lidiar con ello, con lo cotidiano digo, será de facto, toda una heroicidad.

El poeta se pregunta cual es el sentido de todo lo estructurado hasta el momento, de la vida tal y como se entiende en la edad adulta, del conjunto de convenciones que nos permiten relacionarnos y socializarnos. Aquí, las preguntas interrogan al héroe sobre su naturaleza, sobre el trabajo de construirse y sobre su construcción misma, pues el héroe, desprovisto ya de la certeza de la inocencia, cuestiona y se cuestiona el mundo y a sí mismo. “Sé que respiro,/ aunque ignoro el sentido de la inercia./ Sólo intento superar la asfixia,/ la opresión, el tedio, la acidez,/ la desolada esperanza de equidad./ ¿Dónde, la lógica, el juicio, la razón?”.

Cesc Fortuny i Fabré - Ricardo Rubio - Marian Raméntol (2014)

Los propios interrogantes, las preguntas, son los dragones contra los que debe lidiar, aún a sabiendas de que la victoria es imposible. Son los molinos de un Quijote enloquecido ya por su propia locura. Ya no hay hadas ni duendes, y aunque se intuya futuro, el pasado empieza a doler mucho más.

El héroe es presentado aquí como un ser que busca, una vez asumida la destrucción de lo mágico,  una justificación para la existencia, una excusa que resucite el motor, la voluntad primera que lo desencadenó todo. Un retorno imposible a ese desequilibrio inicial, al Big Bang.

Especialmente demoledor se me antoja el poema Parpadeos de un derrotero heroico, donde se exploran con crudeza las sensaciones de desconsuelo y decepción propias de la vida, de la asunción de la vida, del espeluznante resultado de hacer balance. La crisis. Citaría entero el texto, pero me quedaré con el verso final “Ningún espejo descubrirá mi ausencia.”  donde la tragedia del vampiro es una metáfora arrasadora y brillante, sobre la terrible sensación de indiferencia que nos profesa lo externo hacia nuestra existencia.

Si pudiésemos hablar de nacimiento, vida y vejez, no sería esta última un remanso de paz, más bien parece que el poeta nos enfrenta a la derrota absoluta, a la destrucción de todos aquellos conceptos que creamos en la segunda parte del poemario, y que ahora han sido desenmascarados definitivamente. Una rendición, entiéndase, muy al estilo de Miguel de Molinos, quien nos hablaba de la aniquilación, el recogimiento, la muerte mística, la oración de quietud; y en definitiva, de la suspensión de la palabra y por ende del entendimiento.

Es en esta última parte, donde en el poema El desmayo a los pies de una estatua, aparece el magnífico epígrafe del poeta, narrador, dramaturgo y ensayista Omar Cao, “Sólo los elefantes/ vuelven para morir ...” Ricardo Rubio nos sumerge en la destrucción, en un Kali-Iuga particular, donde el héroe desbarata poema a poema, deconstruye verso a verso, todo cuanto había parecido asentado. La soledad y el silencio, son ya compañeros de viaje, son hermanos, padres y madres que se proyectan en antiguos espacios familiares, lugares que una vez revisitados, aportan la paz de la derrota. “... la noche apacigua las heridas/ y el silencio es pan del bueno/ antes de empezar a soñar. ...”

Si existe un final, es el principio, ese en el que nada tenía nombre, donde todo estaba por descubrir, por hacer, un alzheimer deseado y liberador. La fusión con el niño y con todo. La extinción.

Cesc Fortuny i Fabré, 
Monistrol de Montserrat, 2018

lunes, 31 de diciembre de 2012

Las ventanas de Alfredo Jorge Maxit



UN CONSEJO MAESTRO

Colectánea (2010), obra última de Horacio Castillo, es una suma de encuentros que el autor tuviera con otros notables de la Literatura.
Una de esas  páginas de oro se titula: Borges y el joven poeta. En ella da cuenta de un viaje de Borges a La Plata en 1954 cuando su fama era bastante modesta. Borges llegó entonces acompañado por la escritora Ema Rizzo Platero y,  después de su disertación sobre la Cábala, fue objeto de un juvenil agasajo, en el pequeño departamento de Arnaldo Calveyra, entonces estudiante de Letras. Y el relato prosigue así: “En cierto momento de la reunión, no recuerdo si en un tocadisco de Calveyra o por la radio, se escucharon los acordes de un tango. Y, aunque hoy resulte increíble, Borges se puso a bailar con Ema.”
Allí, pues,  el joven Castillo consiguió que Borges lo invitara a un encuentro personal, el que tuvo lugar “en la tradicional confitería La Fragata, en la esquina de Corrientes y San Martín, en Buenos Aires”.
En la charla apareció el tema de los poetas de la llamada “primavera trágica”. Entonces el joven le recitó a Borges un poema de Ripa Alberdi titulado “Jesús en Grecia”, cuya última estrofa es la siguiente: No te encontré, Jesús, y yo estaba seguro/ que un alma tan profunda y un corazón tan puro,/que se entregó en parábolas a todos los humanos,/debió ser un poeta de los tiempos paganos.
Borges repitió el último verso y agregó: “Qué verso memorable ¿no?”. Respondí: “Parece escrito por usted”. “Tal vez lo escriba algún día” –ironizó. “Mi comentario sobre el poema de Ripa Alberdi pareció haberle interesado, porque a continuación me preguntó por mis inquietudes literarias y se interesó en conocer lo que escribía. Saqué de un sobre varios textos y se los fui alcanzando. Borges, con paciencia digna de mejor causa, los fue leyendo y, al terminar, dijo: “Usted domina muy bien la técnica del verso, pero yo no sé qué suerte le puede esperar a un poeta que escribe como Darío escribía hace cincuenta años”. Guardé los poemas, lo acompañé hasta su casa de la calle Maipú y, todavía turbado por el veredicto, me despedí mascullando vaya a saber qué sobre el implacable pero en el fondo tan justo crítico.” 
Recuerden, quienes escriben poesía, el consejo clave de dos maestros.
  
Alfredo Jorge Maxit           

sábado, 12 de mayo de 2012

LAS ALUSIONES de ROBERTO DI PASQUALE por PHILIPPE DELAVEAU

Roberto Di Pasquale

ACERCA DE LAS ALUSIONES
Fue en Trois Rivières, en Québec, que nos conocimos Roberto Di Pasquale y yo. Así, existen algunos lugares benditos sobre la tierra. Struga, Trois Rivières, Lovaina -donde, durante algunos días, la poesía recibe ese don inestimable de encarnarse en voces, para auditorios pacientes y atentos.
Roberto Di Pasquale viene de la Argentina y aún de más lejos o para nosotros los franceses de más cerca: Italia. Pero, también ha vivido largo tiempo en África, la cual está intensamente presente en algunos de sus poemas. Quiero decir, mencionando esto, que Roberto Di Pasquale ha visto mucho, antes que, según sus modalidades singulares, la palabra poética no haya transfigurado sus recuerdos. Entonces, entre África, Europa y las Américas, la palabra poética se convirtió en su verdadera morada. Musset decía: “Los grandes artistas no tienen patria”. A esto Camille Saint-Saëns respondía: “Si el arte no tiene patria, los artistas sí tienen una”. Por mi parte, yo creo que ellos la buscan largo tiempo, a través de sus viajes o de sus sueños, como la Rusia que Rilke había juzgado “vasta y santa”, primera revelación del lugar de poesía primera figuración de lo Abierto. Es necesario haberla buscado largo tiempo para encontrarla en la voz profunda. Es necesario haberse aproximado al centro, donde todos los lugares del mundo se nulifican entre sí. Pero este descubrimiento último implica largas búsquedas a tientas. “El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio y total conocimiento. Busca su alma, la inspecciona, la intenta, la aprende”. Esto dicho por Rimbaud, y parece que  Roberto Di Pasquale lo ha escuchado y se ha esfor-zado por responder: “Yo soy/ Animal con misterio/ hombre”, él escribía en 1950. Definición que corrobora la de un poema de 1992: “Consagrados/ al misterio erizado/ de su carga de enigmas”. Pero el poeta no se abandona a conceptos. Él sabe que la poesía debe apoderarse del aquí, de ese aquí abajo, donde transitamos. “¿Qué estás haciendo aún/ con tus pies en la tierra?/ Acaso sí lo pienses”.
Entonces se descubre la parte de misterio que parece adaptada al hombre. “Ajeno a su ansiedad y al tiempo que la mide”. El espejo de palabras revela al hombre que se interroga, su extrañeza fundamental. Pareciera que el hombre se despoja precisamente de aquello que le permitiría conocerse. Es lo que deja oír el poeta cuando ofrece al río Hudson la libación de su poema:

He llegado hasta tí, Río Hudson,
a conversar un rato con tus aguas.
Despojados los dos, naturalmente,
de aquello que el mundo nos dio
como una gracia.
 
Entonces el poeta emprende el camino para llegar a su centro. Busca lo que podría ser el conocimiento que le dará la poesía. Conocimiento humilde, provisorio, que exige largos tanteos, y más que todo, sin duda, la experiencia, fundadora, ontológica, que consiste en colocar en primer lugar la existencia. “Saber que uno ha nacido”, saber simplemente que “la vida existe”. La vida aparentemente tan simple, y sin embargo, inaccesible:
No puedo despedirme de mí mismo.
Y no podré siquiera adivinar
cuando llegue
el momento de advertirlo.
Entonces, hay que caminar, es decir cumplir el espacio, pero “la distancia tampoco es medible (acaso si ella existe), entre aquí y este allá”. Saber por último que “lo que digo es verdad”. He aquí eso que a pesar de la ansiedad, o causa de ella, la conciencia que canta puede reconocer sin equivocarse. Ella sabe que debe apoderarse de pronto de “lo eterno del instante”. Hay que esperar así, o soñar de noche, entre los árboles. Quizás arriesgarse en el laberinto, que obsesiona a veces a Roberto Di Pasquale, como a su compatriota Borges, para encontrar en un recodo del camino ese algo misterioso que se calla. ¿Es Dios, es el Destino, es la muerte? Pues el poeta ha sentido a veces una presencia invisible. “Las manos que empujan tus espaldas no dejan tus huellas digitales”. Y por delante, las manos del poeta que camina, palpar las formas vacías del abismo, donde yace el silencio. Pero igual hay que combatir, porque es a ese precio que reanuda la marcha:
Ahora has llegado a las últimas líneas
El combate se libra
sobre el barro o la nieve.
Tal vez a pie desnudo.
No es cuestión de cruzarlas
las últimas líneas.
Hay que chapotearlas. Combatir.
Pero en esta experiencia de la ausencia, he aquí que el poeta encuentra “al poeta Ricardo Molinari/ ya anciano” y que ese testigo le recuerda la lección de la poesía: “Qué lindo es escribir” y le comunica su alegría: “Si. Por supuesto. Estaba marchando/ sobre el barro y la nieve/ de sus últimas líneas/ Combatía”.
También, ¿cuál será el estatuto del poema? Roberto Di Pasquale sabe como los poetas franceses de hoy en día, que han escuchado la lección de Philippe Jaccottet y de Jacques Réda, que la poesía debe tender a la simplicidad. ¿Esto quiere decir a la facilidad, a la indigencia? De ninguna manera. El poeta nos dice que desprecia “los versos anecdóticos”. Si toda poesía es al comienzo circunstancial porque ella salió de un instante, ella se eleva sin embargo hacia lo universal diciendo que no pasa. Más todavía, la palabra poética es una transmutación del espesor en palabras; del cuerpo en sustancia melódica: “Los fragmentos que escribes ahora/ comienzan a ser,/ como pediste alguna vez,/ los trozos desgarrados/ de tu carne enverbada”.
Así, es necesario continuar a soñar, marchar alrededor del centro, para aproximarse dulcemente, proceder así por alusiones. Porque todo momento de la existencia, como todo objeto, nos habla de misterio. Eso que en otra perspectiva, afirmaba Claudel: “Los hindúes no cesan de repetirnos que todo es ilusión, pero nosotros, los cristianos, creemos que todo es alusión”.
Entonces el poeta puede esperar algún día el retorno del niño que fue, que vendrá a buscarlo, quizás en el momento de la muerte.
Quizás es la experiencia última de lo inefable. “La revelación de la infancia”. “Si de pronto aquel niño consintiera en volver (…) si de pronto volviese, y nombrándome/ revelara la noche”. La noche es la esencia misma, última del trabajo poético. Son los ojos quemados por haber contemplado lo invisible, y en el mismo instante los que sólo han visto el sueño del árbol. “Y lloro ante mis ojos/ que no pueden mirar/ lo que llevo/ aquí dentro”.
Esa es, en definitiva, la palabra poética, que logra, aunque fracase, aproximarse a lo que es en conjunto ausencia y presencia, “ausencia ardiente” decía Rilke. Y su melodía propia, el sonido que devuelve la voz. Lo que Roberto Di Pasquale llama la “música callada”.
Pero estos comentarios no son nada. Falta, y es lo más importante, el universo de poemas… Delacroix decía que la pintura es un “puente entre dos almas”. Rilke ha usado la misma expresión en una carta a Supervielle. Deseemos que las  Alusiones  de Roberto Di Pasquale lo sean también, asociando nuevos y fervientes lectores a su empresa.

Philippe Delaveau

     
Este texto fue leído por Philippe Delaveau al presentar la traducción francesa de las Alusiones en la sede de la UNESCO, en París, el 10 de mayo de 1994.
Traducción al castellano por Chaja Di Pasquale.

lunes, 23 de abril de 2012

POESÍA DE INDAGACIÓN – CADA LUZ, de Alfredo Jorge Maxit, por César Cantoni

Cada luz, de Alfredo Jorge maxit


Dentro de su colección “Universo sur”, la editorial La Luna Que acaba de publicar “Cada luz”, nuevo poemario de Alfredo Jorge Maxit (Colón, Entre Ríos, 1942), autor que ha abordado también la narrativa, el ensayo y la crítica literaria. Ya la cita introductoria de Roberto Juarroz anticipa el propósito del libro: “Yo siento que el hombre sólo existe con referencia a algo que es mayor que él”. ¿Qué es ese algo indefinido e inaprehensible?, es la pregunta que anima la poesía de Maxit; poesía que se yergue ante al misterio como instrumento de asedio e indagación, no para obtener explicaciones ni develar verdades absolutas, sino apenas para conquistar –en palabras de Rafael Felipe Oteriño, tomadas del prólogo– “zonas de inteligibilidad allí donde hierba, alas, sol, pájaro tienen su dominio y la mente persigue las ondas del sentido”.
Alfredo Jorge maxit
No es extraño que Maxit, debido a su formación cultural, incluya en “Cada luz” numerosas referencias bíblicas, a partir de las cuales, a la vez que interpela a la naturaleza humana, intenta acercarse a la significación de lo creado. Precisamente, el poema inicial se remonta hasta el Génesis y “la pareja efímera”, como llama el autor a Adán y Eva, quienes, tras desobedecer a Dios y comer del “árbol del saber”, no se hicieron más sabios, sino sólo capaces de discernir el bien del mal. Pero la visión de Maxit acerca de la realidad es menos dogmática que cuestionadora. Así, en su búsqueda cognitiva, los poemas de “Cada luz” describen una especie de contrapunto o movimiento pendular entre la razón cosmológica y el relato religioso; vale decir, entre el orden celeste (“las mortales estrellas”) y el orden celestial (“el más allá del horizonte”).

Hay en el libro, sin embargo, un sesgo de gratuidad materialista que se evidencia en el poema “Cosas”: “Cosas son las cosas/ cuchara, lápiz// los seres/ roca, perro, árbol,/ hombre o mujer,/ oh cosa.// Cosas extendidas/ desierto, mar, noche.// Cosa la vida, la muerte/ como si tal cosa”. Más adelante, coincidiendo con lo expresado en estos versos, otro poema hace alusión a “la gratuita razón de los seres”, que no consiguen ver “más allá de las estrellas” y sienten un “Extraño regusto de lo Otro”. Con todo, Maxit no se resigna a aceptar solamente lo que los ojos le revelan y quiere ver –volviendo a citar a Oteriño– “más hondo y más lejos”, aun a sabiendas de que “la luz de la palabra” y “las pródigas imágenes” poéticas no serán suficientes para alcanzar su cometido: nombrar lo innombrable. Está claro que las limitaciones del poeta son, en este sentido, las de la condición humana misma para representarse aquello que la excede con otras figuras que no sean las terrenales, como puede apreciarse en “Semejanzas”: “El reino de los cielos se parece/ –decía el sembrador de la palabra–/ a las bodas de un hijo/ a un hombre que sale de viaje/ al grano de mostaza que llega/ a dar mucha sombra.// …// El reino de los cielos se parece/ a la tierra”.
“Cada luz” –puntualmente en el poema que lleva este título– se refiere a la luz de cada día, luz amable y bienhechora, que, sin embargo, como parte inescindible del misterio universal, devela y oculta al mismo tiempo. De igual modo, los versos de Maxit, epigramáticos y de carácter metafórico, “comparten…/ la voz con el silencio”, dicen y callan a la vez, a la espera de la intuitiva complicidad de los lectores.
César Cantoni
César Cantoni
La Plata, octubre de 2011

domingo, 1 de abril de 2012

EL COLOR CON QUE ATARDECE, poemario de Ricardo Rubio, por Alberto Luis Ponzo


"El color con que atardece", de Ricardo Rubio. Tapa de la segunda edición, arte de Mónica Caputo.

CONTRATAPA DE LA PRIMERA EDICIÓN por Alberto Luis Ponzo.

Si una breve apreciación acerca del trabajo poético puede parecer poco valorativa, al adelantarse algunas líneas expresivas o formas de mayor gravitación, en el caso de “El color con que atardece” sería arriesgada una tentativa de interpretación que no dejara lugar a las diversas experiencias  literarias de Ricardo Rubio (ensayo, narrativa, filosofía y teatro). Todo esto es lo que respalda, y acaso condiciona, la tónica de un libro que reafirma, no sólo una sostenida unidad poética, sino la presencia indiscutible de quien, con obstinación y  profundidad, ha dado el acento más destacable a una nueva generación.
Puede fijarse en los comienzos de la década del ochenta una patente renovación del lenguaje, con la visión de un mundo cambiante, cruzado de   conflictos, quebrado en sus ideales y en las mismas entrañas de toda representación como valor humano. Dentro de este marco “sentimos el corazón en la punta de los dedos”, escribe Ricardo Rubio;  “Inermes, nuestros brazos no retienen el alba”. O “nacemos para ir perdiendo la luz de las estrellas”. No abstante la devastación o el vaciamiento de los simples e imaginarios destinos del ser en este universo, puede haber salvación y, desde luego, un sentido mayor para todo quehacer artístico.

Ricardo Rubio se pregunta: “¿Dónde la magia, el sitio sagrado, el encantamiento? ¿Dónde ahora la belleza?” La respuesta está quizás no lejos de cada uno de nosotros. El autor de este libro, más allá de “Historias de la flor”, “Arbol con pájaros” o “Simulación de la rosa”, algunos de sus anteriores poemarios, abre aquí distintas posibilidades. Diálogos,  interrogaciones, a manera de una despojada búsqueda de  verdades absolutas, haciendo de “El color con que atardece” una obra, en esencia, ética y plena de imágenes reveladoras de una época donde el hombre “puede helarse de infortunio”. 
Alberto Luis Ponzo
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COMENTARIOS EN CONTRATAPA DE LA SEGUNDA EDICIÓN:
Graciela Maturo
Graciela Maturo:
No nos asombra que preceda al libro un texto preliminar con un epígrafe del Panchatantra. Toda la poesía de Rubio nos ha venido preparando para este encuentro con la sabiduría milenaria de los textos tradicionales. Ahora ve al hombre como el guerrero sagrado que cumple su destino de vértigo, lucha y amor. Reflexiona una vez más sobre las limitaciones de la raza, en la legitimación del saber poético, donde se encuentran sus íntimos personajes: el niño guerrero y el escriba nocturno. Estamos en la instancia que Martín Heidegger ha llamado Die Kehre, el retorno del hombre a su origen, y la vuelta del Ser al hombre. Me hace feliz dar la bienvenida a este libro de Ricardo Rubio y compartir la aventura metafísisca de su poesía.
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Elvio Romero
Elvio Romero:

Son estos versos de Rubio un diálogo con el destino, una canción a lo que la vida tiene de desolado, y hago suyo el acento de la musicalidad que casi no se encuentra en la poesía de hoy. El color con que atardece es uno de los pocos libros que reúnen la melancolía, la exhortación, la reflexión y la honda musa, y tanto puede ser cantado como estudiado. Héroe y escriba, joven y anciano, son circunstancias que tocan al hombre, al poeta o al hermano, un momento y un lugar que sirven a la metáfora para remontar el vuelo.
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Juan-Jacobo Bajarlía
Juan-Jacobo Bajarlía
Ricardo Rubio recrea los mitos, trata de ordenar el futuro como ese Tiresias de T. S. Eliot en “El sermón de fuego” de La Tierra baldía (III, vv. 218-220), o como ese Hanrahan de The Power (1928), de William B. Yeats, quien ebrio o sobrio irá por el alba para limpiar las lacras o las cenizas que alimentan a los humanos. La poética sonora de Rubio busca en la dimensión de esos seres míticos, que son el Guerrero y el Escriba, la elevación del hombre y la expurgación del cosmos, sabe que el mundo es un ser perecedero que morirá para rehacerse una y mil veces, como ya lo había intuido Zenón de Citio en el S. IV a. de J. C.



PRELIMINAR (por el autor)
Tres tipos de hombres recogen
los dorados frutos de la tierra:
el héroe, el sabio consumado
y el que sabe servir.
Panchatantra, Libro I, sloka 45.


La vida no debería ser un simple entrenamiento físico para el tránsito, el trabajo y la final conquista. El niño que deviene hombre siente que su esencia de guerrero lo conduce hacia el vértigo, hacia la lucha y hacia la mujer. Un impulso primario de posesión alude a los elementos que la vida impone a sus individuos desde la oscuridad. El guerrero se desarrolla afín al camino y se perfecciona en la maestría de alguna especialidad, pero la presencia del niño en el núcleo de su ánima no desaparece, es el cimiento de un edificio que ha sumado altura con los años, son los  extremos de un mismo ser, distantes en tiempo y en templanza, que se bifurcan, que se dividen con una virtual cariocinesis que los enfrenta: uno, con las dudas y los deseos que la esperanza sembró en su alma; otro, con la sabiduría que el trayecto le ha ofrecido, roces a través de la niebla de la existencia. Así, el pasado intercambia ideas con el presente.
El racionalismo no admitirá jamás la idea de un propósito que invade las zonas más oscuras de la emoción, no validará una bilocación que atiende a la necesidad de aprovechar cada momento hasta el agudo. Convengamos que el niño guerrero y el escriba nocturno se encuentran dentro de una idea, en medio de un sueño que no pretende ser concepto ni metáfora —a pesar de las afirmaciones casi vehementes a lo largo del poema—, un lugar entre la tierra y el cielo. Ni el uno ni el otro aspiran a ser representaciones sensibles, sólo arrullan un sentido de oposición en cuanto a las formas de mirar y de sentir de un joven en vilo y de un anciano templado.
El hombre regresa al lugar de sus orígenes o muere solo. Su vida tiene algunas victorias y algunas derrotas, y con ellas, risas y lágrimas. Vuelve alguna vez al lugar donde nació y creció. Vuelve a la figura del padre, acaso él mismo, ya viejo y sabio. Esa doble identidad permite al mayor de los hombres el conocimiento absoluto del otro, pues no sólo lo contiene, sino también entrevé su devenir. Este conocimiento no otorga las ventajas que a primera vista parecen intuirse, solamente insinúa un remanso, un estadio de tranquilidad, cuando los recuerdos que vuelven al guerrero tocan los sueños del pasado. A raíz de la catarsis, cobra nuevas fuerzas y vuelve a las fricciones, como debe ser.
Ricardo Rubio
Rcardo Rubio


* “Mejor Libro del Mes” por la revista Daphne dirigida por Gustavo Soler (2003).

* Mención Especial Única de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, bienio 2002/2003 (2009).

* Segundo Premio “Ariel Bufano” a la versión teatral (El escriba nocturno), otorgado por la Universidad de Morón (2004).

Las ventanas de Alfredo Jorge Maxit


Desde Colón, provincia de Entre Ríos
                                                                      

PROSA Y POESÍA 

Las cosas no son tan simples como parecen. Hasta una flor es compleja; no por nada pasaron millones de años -¿recuerdan a García Márquez?- para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa. Por eso, esa oposición que también tiene acercamientos, como el del poema en prosa, no se resuelve como lo hacía tan campantemente aquel maestro de Filosofía (de Literatura diríamos ahora) de una obra cómica de Moliere: Todo lo que no es verso es prosa.
Un abuelo se encontró un día con la pregunta formulada por su nieta de casi 5 años: ¿Cuándo es cuento (prosa)? ¿Cuándo es poesía? Entonces el abuelo recurrió a dos imágenes: cuando las palabras siguen, siguen, es cuento (prosa); cuando cortan, cortan, es poesía.
Quizás ignorándolo, el abuelo así simplificaba aquella distinción del poeta francés Valéry, quien consideraba que la diferencia entre la prosa y la poesía es como la que separa a la marcha o paso normal, de la danza. En el primer caso (sigo aquí un texto de Raúl Dorra al respecto) se persigue un fin puramente práctico, el cual se agota en cuanto el individuo llega a su destino, y en el segundo, en el caso de la danza, el cuerpo se mueve en el espacio sin finalidad alguna o mejor dicho teniendo como finalidad el placer del movimiento. Análogamente, siempre según Valéry, en la utilización prosaica del lenguaje el mensaje se agota en cuanto es comprendido por su destinatario, mientras en la construcción poética el mensaje perdura pues se constituye como una arquitectura de ritmos y cantidades que se sostienen unos a otras. “La poesía es un arte del lenguaje –dice Valéry-. El lenguaje, sin embargo, es una creación práctica”.
Procuro otras precisiones. El ritmo  de la prosa en general es el que más se acerca a la regularidad rítmica natural. Además, el lenguaje de la prosa literaria (el del cuento de la nieta) no es utilitario. Su finalidad es también estética. Pero, incluso cuando se trata de la prosa poética, su principio constructivo (tendencia a la combinación), repetición rítmica que va hacia adelante (sigue, sigue), se distingue de la tendencia de la repetición de la poesía en verso: (corta, corta).
Cada lector bien podría reiterar (colocando la edad correspondiente) la exclamación del burgués gentilhombre de Moliere: ¡Tantos años hablando en prosa sin saberlo!

Alfredo Jorge Maxit


jueves, 22 de marzo de 2012

LA CHAT, de Susana Lamaison



Caligrama de Susana Lamaison

“Hay una gata sola en el Jardín Botánico. Tiene hambre. Tengo que alimentarla porque la gata tendrá muchos gatitos. Los gatitos serán las sonrisas de muchos niños, y los niños felices serán los niños seguros del mañana y el mañana dichoso será posible para este mundo que no advierte hoy que en el Botánico hay una simple gata sola que llora de hambre”.


Éste es el último poema de “Por la rama del paraíso(La Luna Que, 2002).
Las patitas de la gata son las iniciales del nombre y apellido de la autora:  Susana Lamaison.

Susana Lamaison

Calligramme
Se trata de un poema visual en el que las palabras “dibujan” o conforman un personaje, un animal, un paisaje o cualquier objeto imaginable.
El poeta Guillaume Apollinaire frecuentaba este tipo de poemas visuales a principios del siglo XX. La influencia de Apollinaire en la poesía posterior a 1918 supuso la creación de numerosos ejemplos en diversas lenguas y culturas.
El origen del caligrama se remonta a la antigüedad, y se conservan en forma escrita desde el período helenístico.