What?

Página de pequeñas prosas analíticas, opiniones y decires literarios; citas y notas sobre Libros de Poesía, Prosa, Dramaturgia, Ensayo, Filosofía, Arte en general, Misceláneas, Pensamientos, Reflexiones. Moderado por TINTA BUENOS AIRES.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Las ventanas de Alfredo Jorge Maxit



UN CONSEJO MAESTRO

Colectánea (2010), obra última de Horacio Castillo, es una suma de encuentros que el autor tuviera con otros notables de la Literatura.
Una de esas  páginas de oro se titula: Borges y el joven poeta. En ella da cuenta de un viaje de Borges a La Plata en 1954 cuando su fama era bastante modesta. Borges llegó entonces acompañado por la escritora Ema Rizzo Platero y,  después de su disertación sobre la Cábala, fue objeto de un juvenil agasajo, en el pequeño departamento de Arnaldo Calveyra, entonces estudiante de Letras. Y el relato prosigue así: “En cierto momento de la reunión, no recuerdo si en un tocadisco de Calveyra o por la radio, se escucharon los acordes de un tango. Y, aunque hoy resulte increíble, Borges se puso a bailar con Ema.”
Allí, pues,  el joven Castillo consiguió que Borges lo invitara a un encuentro personal, el que tuvo lugar “en la tradicional confitería La Fragata, en la esquina de Corrientes y San Martín, en Buenos Aires”.
En la charla apareció el tema de los poetas de la llamada “primavera trágica”. Entonces el joven le recitó a Borges un poema de Ripa Alberdi titulado “Jesús en Grecia”, cuya última estrofa es la siguiente: No te encontré, Jesús, y yo estaba seguro/ que un alma tan profunda y un corazón tan puro,/que se entregó en parábolas a todos los humanos,/debió ser un poeta de los tiempos paganos.
Borges repitió el último verso y agregó: “Qué verso memorable ¿no?”. Respondí: “Parece escrito por usted”. “Tal vez lo escriba algún día” –ironizó. “Mi comentario sobre el poema de Ripa Alberdi pareció haberle interesado, porque a continuación me preguntó por mis inquietudes literarias y se interesó en conocer lo que escribía. Saqué de un sobre varios textos y se los fui alcanzando. Borges, con paciencia digna de mejor causa, los fue leyendo y, al terminar, dijo: “Usted domina muy bien la técnica del verso, pero yo no sé qué suerte le puede esperar a un poeta que escribe como Darío escribía hace cincuenta años”. Guardé los poemas, lo acompañé hasta su casa de la calle Maipú y, todavía turbado por el veredicto, me despedí mascullando vaya a saber qué sobre el implacable pero en el fondo tan justo crítico.” 
Recuerden, quienes escriben poesía, el consejo clave de dos maestros.
  
Alfredo Jorge Maxit           

sábado, 12 de mayo de 2012

LAS ALUSIONES de ROBERTO DI PASQUALE por PHILIPPE DELAVEAU

Roberto Di Pasquale

ACERCA DE LAS ALUSIONES
Fue en Trois Rivières, en Québec, que nos conocimos Roberto Di Pasquale y yo. Así, existen algunos lugares benditos sobre la tierra. Struga, Trois Rivières, Lovaina -donde, durante algunos días, la poesía recibe ese don inestimable de encarnarse en voces, para auditorios pacientes y atentos.
Roberto Di Pasquale viene de la Argentina y aún de más lejos o para nosotros los franceses de más cerca: Italia. Pero, también ha vivido largo tiempo en África, la cual está intensamente presente en algunos de sus poemas. Quiero decir, mencionando esto, que Roberto Di Pasquale ha visto mucho, antes que, según sus modalidades singulares, la palabra poética no haya transfigurado sus recuerdos. Entonces, entre África, Europa y las Américas, la palabra poética se convirtió en su verdadera morada. Musset decía: “Los grandes artistas no tienen patria”. A esto Camille Saint-Saëns respondía: “Si el arte no tiene patria, los artistas sí tienen una”. Por mi parte, yo creo que ellos la buscan largo tiempo, a través de sus viajes o de sus sueños, como la Rusia que Rilke había juzgado “vasta y santa”, primera revelación del lugar de poesía primera figuración de lo Abierto. Es necesario haberla buscado largo tiempo para encontrarla en la voz profunda. Es necesario haberse aproximado al centro, donde todos los lugares del mundo se nulifican entre sí. Pero este descubrimiento último implica largas búsquedas a tientas. “El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio y total conocimiento. Busca su alma, la inspecciona, la intenta, la aprende”. Esto dicho por Rimbaud, y parece que  Roberto Di Pasquale lo ha escuchado y se ha esfor-zado por responder: “Yo soy/ Animal con misterio/ hombre”, él escribía en 1950. Definición que corrobora la de un poema de 1992: “Consagrados/ al misterio erizado/ de su carga de enigmas”. Pero el poeta no se abandona a conceptos. Él sabe que la poesía debe apoderarse del aquí, de ese aquí abajo, donde transitamos. “¿Qué estás haciendo aún/ con tus pies en la tierra?/ Acaso sí lo pienses”.
Entonces se descubre la parte de misterio que parece adaptada al hombre. “Ajeno a su ansiedad y al tiempo que la mide”. El espejo de palabras revela al hombre que se interroga, su extrañeza fundamental. Pareciera que el hombre se despoja precisamente de aquello que le permitiría conocerse. Es lo que deja oír el poeta cuando ofrece al río Hudson la libación de su poema:

He llegado hasta tí, Río Hudson,
a conversar un rato con tus aguas.
Despojados los dos, naturalmente,
de aquello que el mundo nos dio
como una gracia.
 
Entonces el poeta emprende el camino para llegar a su centro. Busca lo que podría ser el conocimiento que le dará la poesía. Conocimiento humilde, provisorio, que exige largos tanteos, y más que todo, sin duda, la experiencia, fundadora, ontológica, que consiste en colocar en primer lugar la existencia. “Saber que uno ha nacido”, saber simplemente que “la vida existe”. La vida aparentemente tan simple, y sin embargo, inaccesible:
No puedo despedirme de mí mismo.
Y no podré siquiera adivinar
cuando llegue
el momento de advertirlo.
Entonces, hay que caminar, es decir cumplir el espacio, pero “la distancia tampoco es medible (acaso si ella existe), entre aquí y este allá”. Saber por último que “lo que digo es verdad”. He aquí eso que a pesar de la ansiedad, o causa de ella, la conciencia que canta puede reconocer sin equivocarse. Ella sabe que debe apoderarse de pronto de “lo eterno del instante”. Hay que esperar así, o soñar de noche, entre los árboles. Quizás arriesgarse en el laberinto, que obsesiona a veces a Roberto Di Pasquale, como a su compatriota Borges, para encontrar en un recodo del camino ese algo misterioso que se calla. ¿Es Dios, es el Destino, es la muerte? Pues el poeta ha sentido a veces una presencia invisible. “Las manos que empujan tus espaldas no dejan tus huellas digitales”. Y por delante, las manos del poeta que camina, palpar las formas vacías del abismo, donde yace el silencio. Pero igual hay que combatir, porque es a ese precio que reanuda la marcha:
Ahora has llegado a las últimas líneas
El combate se libra
sobre el barro o la nieve.
Tal vez a pie desnudo.
No es cuestión de cruzarlas
las últimas líneas.
Hay que chapotearlas. Combatir.
Pero en esta experiencia de la ausencia, he aquí que el poeta encuentra “al poeta Ricardo Molinari/ ya anciano” y que ese testigo le recuerda la lección de la poesía: “Qué lindo es escribir” y le comunica su alegría: “Si. Por supuesto. Estaba marchando/ sobre el barro y la nieve/ de sus últimas líneas/ Combatía”.
También, ¿cuál será el estatuto del poema? Roberto Di Pasquale sabe como los poetas franceses de hoy en día, que han escuchado la lección de Philippe Jaccottet y de Jacques Réda, que la poesía debe tender a la simplicidad. ¿Esto quiere decir a la facilidad, a la indigencia? De ninguna manera. El poeta nos dice que desprecia “los versos anecdóticos”. Si toda poesía es al comienzo circunstancial porque ella salió de un instante, ella se eleva sin embargo hacia lo universal diciendo que no pasa. Más todavía, la palabra poética es una transmutación del espesor en palabras; del cuerpo en sustancia melódica: “Los fragmentos que escribes ahora/ comienzan a ser,/ como pediste alguna vez,/ los trozos desgarrados/ de tu carne enverbada”.
Así, es necesario continuar a soñar, marchar alrededor del centro, para aproximarse dulcemente, proceder así por alusiones. Porque todo momento de la existencia, como todo objeto, nos habla de misterio. Eso que en otra perspectiva, afirmaba Claudel: “Los hindúes no cesan de repetirnos que todo es ilusión, pero nosotros, los cristianos, creemos que todo es alusión”.
Entonces el poeta puede esperar algún día el retorno del niño que fue, que vendrá a buscarlo, quizás en el momento de la muerte.
Quizás es la experiencia última de lo inefable. “La revelación de la infancia”. “Si de pronto aquel niño consintiera en volver (…) si de pronto volviese, y nombrándome/ revelara la noche”. La noche es la esencia misma, última del trabajo poético. Son los ojos quemados por haber contemplado lo invisible, y en el mismo instante los que sólo han visto el sueño del árbol. “Y lloro ante mis ojos/ que no pueden mirar/ lo que llevo/ aquí dentro”.
Esa es, en definitiva, la palabra poética, que logra, aunque fracase, aproximarse a lo que es en conjunto ausencia y presencia, “ausencia ardiente” decía Rilke. Y su melodía propia, el sonido que devuelve la voz. Lo que Roberto Di Pasquale llama la “música callada”.
Pero estos comentarios no son nada. Falta, y es lo más importante, el universo de poemas… Delacroix decía que la pintura es un “puente entre dos almas”. Rilke ha usado la misma expresión en una carta a Supervielle. Deseemos que las  Alusiones  de Roberto Di Pasquale lo sean también, asociando nuevos y fervientes lectores a su empresa.

Philippe Delaveau

     
Este texto fue leído por Philippe Delaveau al presentar la traducción francesa de las Alusiones en la sede de la UNESCO, en París, el 10 de mayo de 1994.
Traducción al castellano por Chaja Di Pasquale.

lunes, 23 de abril de 2012

POESÍA DE INDAGACIÓN – CADA LUZ, de Alfredo Jorge Maxit, por César Cantoni

Cada luz, de Alfredo Jorge maxit


Dentro de su colección “Universo sur”, la editorial La Luna Que acaba de publicar “Cada luz”, nuevo poemario de Alfredo Jorge Maxit (Colón, Entre Ríos, 1942), autor que ha abordado también la narrativa, el ensayo y la crítica literaria. Ya la cita introductoria de Roberto Juarroz anticipa el propósito del libro: “Yo siento que el hombre sólo existe con referencia a algo que es mayor que él”. ¿Qué es ese algo indefinido e inaprehensible?, es la pregunta que anima la poesía de Maxit; poesía que se yergue ante al misterio como instrumento de asedio e indagación, no para obtener explicaciones ni develar verdades absolutas, sino apenas para conquistar –en palabras de Rafael Felipe Oteriño, tomadas del prólogo– “zonas de inteligibilidad allí donde hierba, alas, sol, pájaro tienen su dominio y la mente persigue las ondas del sentido”.
Alfredo Jorge maxit
No es extraño que Maxit, debido a su formación cultural, incluya en “Cada luz” numerosas referencias bíblicas, a partir de las cuales, a la vez que interpela a la naturaleza humana, intenta acercarse a la significación de lo creado. Precisamente, el poema inicial se remonta hasta el Génesis y “la pareja efímera”, como llama el autor a Adán y Eva, quienes, tras desobedecer a Dios y comer del “árbol del saber”, no se hicieron más sabios, sino sólo capaces de discernir el bien del mal. Pero la visión de Maxit acerca de la realidad es menos dogmática que cuestionadora. Así, en su búsqueda cognitiva, los poemas de “Cada luz” describen una especie de contrapunto o movimiento pendular entre la razón cosmológica y el relato religioso; vale decir, entre el orden celeste (“las mortales estrellas”) y el orden celestial (“el más allá del horizonte”).

Hay en el libro, sin embargo, un sesgo de gratuidad materialista que se evidencia en el poema “Cosas”: “Cosas son las cosas/ cuchara, lápiz// los seres/ roca, perro, árbol,/ hombre o mujer,/ oh cosa.// Cosas extendidas/ desierto, mar, noche.// Cosa la vida, la muerte/ como si tal cosa”. Más adelante, coincidiendo con lo expresado en estos versos, otro poema hace alusión a “la gratuita razón de los seres”, que no consiguen ver “más allá de las estrellas” y sienten un “Extraño regusto de lo Otro”. Con todo, Maxit no se resigna a aceptar solamente lo que los ojos le revelan y quiere ver –volviendo a citar a Oteriño– “más hondo y más lejos”, aun a sabiendas de que “la luz de la palabra” y “las pródigas imágenes” poéticas no serán suficientes para alcanzar su cometido: nombrar lo innombrable. Está claro que las limitaciones del poeta son, en este sentido, las de la condición humana misma para representarse aquello que la excede con otras figuras que no sean las terrenales, como puede apreciarse en “Semejanzas”: “El reino de los cielos se parece/ –decía el sembrador de la palabra–/ a las bodas de un hijo/ a un hombre que sale de viaje/ al grano de mostaza que llega/ a dar mucha sombra.// …// El reino de los cielos se parece/ a la tierra”.
“Cada luz” –puntualmente en el poema que lleva este título– se refiere a la luz de cada día, luz amable y bienhechora, que, sin embargo, como parte inescindible del misterio universal, devela y oculta al mismo tiempo. De igual modo, los versos de Maxit, epigramáticos y de carácter metafórico, “comparten…/ la voz con el silencio”, dicen y callan a la vez, a la espera de la intuitiva complicidad de los lectores.
César Cantoni
César Cantoni
La Plata, octubre de 2011

domingo, 1 de abril de 2012

EL COLOR CON QUE ATARDECE, poemario de Ricardo Rubio, por Alberto Luis Ponzo


"El color con que atardece", de Ricardo Rubio. Tapa de la segunda edición, arte de Mónica Caputo.

CONTRATAPA DE LA PRIMERA EDICIÓN por Alberto Luis Ponzo.

Si una breve apreciación acerca del trabajo poético puede parecer poco valorativa, al adelantarse algunas líneas expresivas o formas de mayor gravitación, en el caso de “El color con que atardece” sería arriesgada una tentativa de interpretación que no dejara lugar a las diversas experiencias  literarias de Ricardo Rubio (ensayo, narrativa, filosofía y teatro). Todo esto es lo que respalda, y acaso condiciona, la tónica de un libro que reafirma, no sólo una sostenida unidad poética, sino la presencia indiscutible de quien, con obstinación y  profundidad, ha dado el acento más destacable a una nueva generación.
Puede fijarse en los comienzos de la década del ochenta una patente renovación del lenguaje, con la visión de un mundo cambiante, cruzado de   conflictos, quebrado en sus ideales y en las mismas entrañas de toda representación como valor humano. Dentro de este marco “sentimos el corazón en la punta de los dedos”, escribe Ricardo Rubio;  “Inermes, nuestros brazos no retienen el alba”. O “nacemos para ir perdiendo la luz de las estrellas”. No abstante la devastación o el vaciamiento de los simples e imaginarios destinos del ser en este universo, puede haber salvación y, desde luego, un sentido mayor para todo quehacer artístico.

Ricardo Rubio se pregunta: “¿Dónde la magia, el sitio sagrado, el encantamiento? ¿Dónde ahora la belleza?” La respuesta está quizás no lejos de cada uno de nosotros. El autor de este libro, más allá de “Historias de la flor”, “Arbol con pájaros” o “Simulación de la rosa”, algunos de sus anteriores poemarios, abre aquí distintas posibilidades. Diálogos,  interrogaciones, a manera de una despojada búsqueda de  verdades absolutas, haciendo de “El color con que atardece” una obra, en esencia, ética y plena de imágenes reveladoras de una época donde el hombre “puede helarse de infortunio”. 
Alberto Luis Ponzo
-


COMENTARIOS EN CONTRATAPA DE LA SEGUNDA EDICIÓN:
Graciela Maturo
Graciela Maturo:
No nos asombra que preceda al libro un texto preliminar con un epígrafe del Panchatantra. Toda la poesía de Rubio nos ha venido preparando para este encuentro con la sabiduría milenaria de los textos tradicionales. Ahora ve al hombre como el guerrero sagrado que cumple su destino de vértigo, lucha y amor. Reflexiona una vez más sobre las limitaciones de la raza, en la legitimación del saber poético, donde se encuentran sus íntimos personajes: el niño guerrero y el escriba nocturno. Estamos en la instancia que Martín Heidegger ha llamado Die Kehre, el retorno del hombre a su origen, y la vuelta del Ser al hombre. Me hace feliz dar la bienvenida a este libro de Ricardo Rubio y compartir la aventura metafísisca de su poesía.
-

Elvio Romero
Elvio Romero:

Son estos versos de Rubio un diálogo con el destino, una canción a lo que la vida tiene de desolado, y hago suyo el acento de la musicalidad que casi no se encuentra en la poesía de hoy. El color con que atardece es uno de los pocos libros que reúnen la melancolía, la exhortación, la reflexión y la honda musa, y tanto puede ser cantado como estudiado. Héroe y escriba, joven y anciano, son circunstancias que tocan al hombre, al poeta o al hermano, un momento y un lugar que sirven a la metáfora para remontar el vuelo.
.

Juan-Jacobo Bajarlía
Juan-Jacobo Bajarlía
Ricardo Rubio recrea los mitos, trata de ordenar el futuro como ese Tiresias de T. S. Eliot en “El sermón de fuego” de La Tierra baldía (III, vv. 218-220), o como ese Hanrahan de The Power (1928), de William B. Yeats, quien ebrio o sobrio irá por el alba para limpiar las lacras o las cenizas que alimentan a los humanos. La poética sonora de Rubio busca en la dimensión de esos seres míticos, que son el Guerrero y el Escriba, la elevación del hombre y la expurgación del cosmos, sabe que el mundo es un ser perecedero que morirá para rehacerse una y mil veces, como ya lo había intuido Zenón de Citio en el S. IV a. de J. C.



PRELIMINAR (por el autor)
Tres tipos de hombres recogen
los dorados frutos de la tierra:
el héroe, el sabio consumado
y el que sabe servir.
Panchatantra, Libro I, sloka 45.


La vida no debería ser un simple entrenamiento físico para el tránsito, el trabajo y la final conquista. El niño que deviene hombre siente que su esencia de guerrero lo conduce hacia el vértigo, hacia la lucha y hacia la mujer. Un impulso primario de posesión alude a los elementos que la vida impone a sus individuos desde la oscuridad. El guerrero se desarrolla afín al camino y se perfecciona en la maestría de alguna especialidad, pero la presencia del niño en el núcleo de su ánima no desaparece, es el cimiento de un edificio que ha sumado altura con los años, son los  extremos de un mismo ser, distantes en tiempo y en templanza, que se bifurcan, que se dividen con una virtual cariocinesis que los enfrenta: uno, con las dudas y los deseos que la esperanza sembró en su alma; otro, con la sabiduría que el trayecto le ha ofrecido, roces a través de la niebla de la existencia. Así, el pasado intercambia ideas con el presente.
El racionalismo no admitirá jamás la idea de un propósito que invade las zonas más oscuras de la emoción, no validará una bilocación que atiende a la necesidad de aprovechar cada momento hasta el agudo. Convengamos que el niño guerrero y el escriba nocturno se encuentran dentro de una idea, en medio de un sueño que no pretende ser concepto ni metáfora —a pesar de las afirmaciones casi vehementes a lo largo del poema—, un lugar entre la tierra y el cielo. Ni el uno ni el otro aspiran a ser representaciones sensibles, sólo arrullan un sentido de oposición en cuanto a las formas de mirar y de sentir de un joven en vilo y de un anciano templado.
El hombre regresa al lugar de sus orígenes o muere solo. Su vida tiene algunas victorias y algunas derrotas, y con ellas, risas y lágrimas. Vuelve alguna vez al lugar donde nació y creció. Vuelve a la figura del padre, acaso él mismo, ya viejo y sabio. Esa doble identidad permite al mayor de los hombres el conocimiento absoluto del otro, pues no sólo lo contiene, sino también entrevé su devenir. Este conocimiento no otorga las ventajas que a primera vista parecen intuirse, solamente insinúa un remanso, un estadio de tranquilidad, cuando los recuerdos que vuelven al guerrero tocan los sueños del pasado. A raíz de la catarsis, cobra nuevas fuerzas y vuelve a las fricciones, como debe ser.
Ricardo Rubio
Rcardo Rubio


* “Mejor Libro del Mes” por la revista Daphne dirigida por Gustavo Soler (2003).

* Mención Especial Única de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, bienio 2002/2003 (2009).

* Segundo Premio “Ariel Bufano” a la versión teatral (El escriba nocturno), otorgado por la Universidad de Morón (2004).

Las ventanas de Alfredo Jorge Maxit


Desde Colón, provincia de Entre Ríos
                                                                      

PROSA Y POESÍA 

Las cosas no son tan simples como parecen. Hasta una flor es compleja; no por nada pasaron millones de años -¿recuerdan a García Márquez?- para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa. Por eso, esa oposición que también tiene acercamientos, como el del poema en prosa, no se resuelve como lo hacía tan campantemente aquel maestro de Filosofía (de Literatura diríamos ahora) de una obra cómica de Moliere: Todo lo que no es verso es prosa.
Un abuelo se encontró un día con la pregunta formulada por su nieta de casi 5 años: ¿Cuándo es cuento (prosa)? ¿Cuándo es poesía? Entonces el abuelo recurrió a dos imágenes: cuando las palabras siguen, siguen, es cuento (prosa); cuando cortan, cortan, es poesía.
Quizás ignorándolo, el abuelo así simplificaba aquella distinción del poeta francés Valéry, quien consideraba que la diferencia entre la prosa y la poesía es como la que separa a la marcha o paso normal, de la danza. En el primer caso (sigo aquí un texto de Raúl Dorra al respecto) se persigue un fin puramente práctico, el cual se agota en cuanto el individuo llega a su destino, y en el segundo, en el caso de la danza, el cuerpo se mueve en el espacio sin finalidad alguna o mejor dicho teniendo como finalidad el placer del movimiento. Análogamente, siempre según Valéry, en la utilización prosaica del lenguaje el mensaje se agota en cuanto es comprendido por su destinatario, mientras en la construcción poética el mensaje perdura pues se constituye como una arquitectura de ritmos y cantidades que se sostienen unos a otras. “La poesía es un arte del lenguaje –dice Valéry-. El lenguaje, sin embargo, es una creación práctica”.
Procuro otras precisiones. El ritmo  de la prosa en general es el que más se acerca a la regularidad rítmica natural. Además, el lenguaje de la prosa literaria (el del cuento de la nieta) no es utilitario. Su finalidad es también estética. Pero, incluso cuando se trata de la prosa poética, su principio constructivo (tendencia a la combinación), repetición rítmica que va hacia adelante (sigue, sigue), se distingue de la tendencia de la repetición de la poesía en verso: (corta, corta).
Cada lector bien podría reiterar (colocando la edad correspondiente) la exclamación del burgués gentilhombre de Moliere: ¡Tantos años hablando en prosa sin saberlo!

Alfredo Jorge Maxit


jueves, 22 de marzo de 2012

LA CHAT, de Susana Lamaison



Caligrama de Susana Lamaison

“Hay una gata sola en el Jardín Botánico. Tiene hambre. Tengo que alimentarla porque la gata tendrá muchos gatitos. Los gatitos serán las sonrisas de muchos niños, y los niños felices serán los niños seguros del mañana y el mañana dichoso será posible para este mundo que no advierte hoy que en el Botánico hay una simple gata sola que llora de hambre”.


Éste es el último poema de “Por la rama del paraíso(La Luna Que, 2002).
Las patitas de la gata son las iniciales del nombre y apellido de la autora:  Susana Lamaison.

Susana Lamaison

Calligramme
Se trata de un poema visual en el que las palabras “dibujan” o conforman un personaje, un animal, un paisaje o cualquier objeto imaginable.
El poeta Guillaume Apollinaire frecuentaba este tipo de poemas visuales a principios del siglo XX. La influencia de Apollinaire en la poesía posterior a 1918 supuso la creación de numerosos ejemplos en diversas lenguas y culturas.
El origen del caligrama se remonta a la antigüedad, y se conservan en forma escrita desde el período helenístico.

NOTICIA DE ULTIMO MOMENTO

El señor REGENTE del Colegio Carlos Pellegrini toca la batería:

ALDO GARIBALDI dándole a los parches...

y lo hace en la casa de un escritor, que aquí no vamos anombrar.


El 2012 viene con todo.



EL HOMBRE DEL TRAJE A CUADROS DE DIEZ COLORES que Llegó en la Carroza de los Días Patrios, novela de Carlos Kuraiem


El hombre del traje a cuadros...
El hombre del traje a cuadros...


Quemar a Mister Black, por Ricardo Rubio


Esta novela, El Hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores Que Llegó en la Carroza de los Días Patrios, no simula la época que refiere ni los personajes que invoca y utiliza como abrigo estético uno de los primeros sistemas utilizados en literatura: el humor, la suspicacia, la ridiculización del drama, como ya lo fundara Aristófanes en la vieja Siracusa, aunque desde otra vereda ideológica, en la comedia burlesca de alusión.
La idea y la forma de la idea se funden aquí en un abrazo ético y estético, regalando a la posteridad lectora un panorama simbólico de la realidad social argentina de una época oscura.
En oposición, entre las muchas formas que Carlos Kuraiem podría haber elegido para la consumación de esta obra, optó por la ironía, la síntesis y la prosa poética; un sarcasmo solo inocente en apariencia -se me perdone el oximoron-, digo inocente porque la musa derramada a lo largo de los capítulos de la obra, incluso de los diálogos, suaviza una temática de fondo que solo podría hermanarse con lo siniestro, con lo atroz, con lo negro, tal vez por eso el autor dispone que el amo del poder se llame Mister Black y de vez en cuando lo apelen “negro”. Algo semejante había hecho no mucho tiempo atrás Manuel Scorza, el genial poeta y narrador peruano, autor de novelas inexorables como son Redoble por Rancas o Garabombo, el invisible. Scorza utilizó también el modo clásico: la división por capítulos, que por lo general relatan distintas escenas del mismo asunto o muestran acciones de distintos asuntos en virtud de un tema. Tenemos así varios cuadros o capítulos en El hombre del traje a cuadros…, como Los próceres, hermosísima conjetura con un fondo trágico, que es una alegoría o sumatoria de metáforas que podrían nutrir el mejor de los poemas:
Carlos Kuraiem
Carlos Kuraiem

“Parecen reales los hombres que hablan sentados alrededor de una mesa. ¿Qué mano los tramó? En sus labios inmóviles aún resuenan los ecos de sus voces muertas. ¿Qué se dicen? Puedo adivinarlo; hablan del pasado. ¿De qué otra cosa pueden hablar las estatuas?”
o Los cuadros de agasajo, que se realizan en Casa Negra, donde la imaginería se torna inagotable en sucesos y ocurrencias, sustentadas en la aguda picardía de los nombres: Mister Black, Oligarzo, Despotín, Monseñor Papirillo, que aluden al poder, a la regla, a los preceptos; Alto, Mediano y Bajo insinúan posiciones en el escalafón económico y cada uno es tratado según su altura; Plenipotente, Consejero, Eristos, motes que simplifican el texto al recurrir al común conocimiento del lector, quien además puede distenderse en una sonrisa; y otros muchos de menor relevancia que visten el cuerpo de esta obra notable tejida con este estilo tan poco frecuentado en nuestro medio.
Si bien, anunciada desde un principio, no podía estar ausente -como en casi ninguna novela lo está- la personificación del autor, que ahora se manifiesta como personaje: el Solista, músico interrogado por Mister Black, quien lo entrega a juicio y a los Retenedores, y a partir de allí se parodian varios pasajes de tonos más graves, que evocan, en cierto sentido, el monólogo de Segismundo, encerrado en su cárcel de piedra, en La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca, no por su clausura sino por la crueldad del destino.
Por un trecho no podrá distinguirse al autor del escritor:
“Algo así como lo que mueve las hojas de los árboles es lo que me mueve, pensé y partí con las manos llenas de viento y me hice una guitarra de flores con los recuerdos y pulsé los sueños y retomé el camino que nunca había dejado.”
El final, que no es propio sintetizar aquí, es un majestuoso pandemonio al mejor estilo ardiente de Max Frisch en Los incendiarios. Una obra imperdible por su ingenio, única en su registro y en su denuncia.
Carlos Kuraiem prometió continuación, y la merecería.

Ricardo Rubio
Ricardo Rubio

domingo, 18 de marzo de 2012

RE/CUENTO EN KHORASAN, de Amadeo Gravino

Re/cuento en Khorasan, de Amadeo Gravino.

PALABRAS DE SUSANA LAMAISON EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO:


Re/cuento en Khorasan atrapa desde el título. Se trata de una obra poética singular con una estructura diferente. Está conformada por 15 apartados de despareja brevedad, en donde el autor, hábil hombre de teatro, juega con el diálogo entre figuras grandiosas de la literatura y el arte en general.
En esta obra la presencia de la barra inclinada, el guión y la bastardilla resignifican el signo lingüístico, lo enriquecen y permiten que nuestra imaginación vuele estimulada por el incentivo que el autor propone.
“Recuento” significa volver a  relatar, narrar, contar, pero también “recuento” es un inventario, la comprobación del número de personas o cosas que forman un conjunto.
¿Por qué Khorasan? Khorasan, también llamada Jorasan o Jurasan, es una de las 30 provincias de Irán, ubicada en el NE, limítrofe de Turkmenistán y Afganistán, famosa por sus caballos, por sus alfombras y por los cultivos de azafrán. Su nombre significa “donde el sol nace” y he ahí la primera afinidad con el contenido de estos poemas en prosa. En ellos está la luz que es la sabiduría del hombre que se enfrenta con la muerte y le echa una mirada evocadora a su pasado por el que transitan madre, padre, mujeres, amigos, vivencias, lugares, gustos, aficiones. Aparece el hombre en soledad enfrentado a Dios, que camina hacia un final, “sin mina fiel ni madre que lo abrace”.
Khorasan en su larga historia ha conocido múltiples conquistadores: persas, griegos, árabes y turcos, entre otros, y ahí, la segunda razón del título, porque esta obra tiene la magia de las literaturas persa y árabe, de las que aprendimos tanto el arte de narrar como el de aplicar la mirada detenida que toda buena descripción demanda.
Tampoco es casual que Khorasan fuera la ciudad natal de Ferdowsi, autor de Schah-Nameh, uno de los más importantes monumentos de la literatura persa. Había sido conquistada por Mahmoud en 1037 y entregada a su hijo Masoud, por su afición a las letras y por su protección a los poetas. Obviamente desde el enunciado inicial  subyace el culto a las letras y a los poetas, que Amadeo ejerce en su vida y en este espacio del Café Literario “Antonio Aliberti”.
“En este lugar el aire flota, como música, como humo; a veces golpea con puños de tormenta; el aire: libro cargado de presencias.”
El lugar que como él dice es casa de Dios, casa del Sol: “espejo donde el mundo se mira y el pájaro eterno que canta sigue enseñándonos, a pesar de todo, cómo subir al cielo”.
Dice Gravino: “este rincón engendra voces que nos descifran”.
No encuentro que en otras obras de Amadeo sea tan amplia la enunciación directa o indirecta de escritores argentinos y universales, así: Nalé Roxlo, Fernández Moreno, Cortázar, Carriego, Borges, Homero Manzi, y Neruda, César Vallejo, Cervantes, Quevedo, Juan Ramón Jiménez, y Poe, Kafka, Baudelaire, Rimbaud, Hölderlin, Novalis, Georg Trakl, Dylan Thomas, Ray Bardbury, Raymond Chandler.
También de compositores e intérpretes: Bach, Mozart, Haëndel, Malher, Canaro, Gardel, Goyeneche, Louis Amstrong, Charlie Parker, Julio Iglesias, Fabiana Cantilo.
Y de pintores: Rafael, Botticelli, Modigliani, Fra Angelico, Rubens, Tiziano, Degas, Van Gogh, Chagall, Héctor Basaldua. Como de hombres del cine: Chaplin, Fellini.
E igual que en Postales de la Memoria aparecen los productos y las marcas de uso frecuente. Así, el caldo Knorr, el desodorante Rexona, la pomada Cobra, el jabón Odex, y el detergente Cierto, la virulana, y en el orden de las bebidas , la Coca Cola, el Cepita de Uva, el Fernet Branca, la caña Mariposa, y después, el Geniol.
Este Recuento nos habla de la amplitud de conocimientos de Amadeo, de sus gustos literarios y musicales, de sus temáticas, y – aunque no es el propósito de estas palabras – se podría hacer un entrelazado de hilos que unieran a estas figuras, por una u otra razón, por una u otra pasión o problemática y, en medio de esa urdimbre, encontraríamos a  Amadeo hombre, autor y poeta, desenmascarado, desnudo de toda vestidura, real, auténtico, genuino, palpable.
Los grandes personajes se transpolan, circulan, entran y salen de la escena, dialogan, reflexionan, conjeturan, son todos y uno mismo, y son el mismo Gravino que se muestra y que dice a través de otras voces que él ficcionaliza en encuentros desiguales, contradictorios, anacrónicos. Khorasan es Iguazú, Asunción, Buenos Aires, Cañuelas, Montserrat…El lugar donde los seres que son él mismo se cuestionan, plantean sus dudas y buscan su respuesta.
Como en la vidriera de los cambalaches o como en los cristales multicolores de un caleidoscopio aparecen el bandoneón y la cantina, la ginebra y el licor, la plaza, la calesita y el circo, los violines, el lamé y la muselina, los autitos chocadores y las hamacas voladoras, candelabros y latas, el cuaderno y las pinturitas, los caracoles y la arena, jirafas y elefantes, el malvón y la madreselva.
La estructura sintáctica es clarísima, compleja y perfecta. Abundan las oraciones unimembres exclamativas precedidas por interjecciones: ¡oh dulce azucarada! , ¡oh tierna figurita!   El uso de vocativos, siempre en posición inicial: amigos míos, querida mía, querida; la adjetivación múltiple: calles desesperadas, locas, violentas calesitas; recuerdos anaranjados verdes y un uso curioso del sustantivo modificado en forma directa por otro sustantivo, como para ampliar el concepto y embellecerlo aún más: estrellas-prendedores, pechos-confite, estrella-libertad, corazón-manteca, ojos- dulce de leche, manos-palomas, mago-poeta, pétalos-olas.
Toda la obra es sumamente plástica; es plena de imágenes visuales y de personificaciones que aparecen como manifestaciones de deseo de una mente libre y soñadora y de un espíritu inquieto y andariego.
En ocasiones, la adjetivación es sinestésica y muy bella: el silencio verde y caliente del sol y, en otras, es audaz y provocativa: el cielo manso como una vaca azul.
Emplea el verbo con sentido iterativo, a veces: aletean aletean; o en progresión vuelan y suben. Utiliza la polisíndeton en enumeraciones: la ciudad  de piedra y lobo y fuego; de jazmín y lana y rueda.
Hay reminiscencias orientales en este paralelismo: caricias de almíbar y recuerdos de nuez. Y algo de budismo en esta seriación de elementos de la naturaleza: agapantos, jazmines, sauces, juncos, achiras. Es la reserva edénica de la que habla Tallarico en Portales de la Memoria de AG.
Su poética es rica en personificaciones, comparaciones y paralelismos sintácticos, como:

El bar canta como un enjambre y refulge como espejismo.
Con piel de caballitos de mar y de gacelas.

No faltan los contrastes marcados: toro grande  de porcelana bebe del río maripositas de espuma.
Son poemas haiku sus aseveraciones de En Cartagena y podrían resultar así:

Un gorrión canta/ despierta el Universo/en Cartagena.
En Cartagena/el tejedor de alfombras /dibuja el mundo.

Quisiera cerrar esta presentación con la lectura de las palabras de Poe (8, 3, pág.31) y de Dante (11,6, pág.38), por la inmensa belleza de sus descripciones, pero voy a parafrasear a Ferdowsi  para decir de Amadeo Gravino:

بناهاى آباد گردد خراب             “Las edificaciones de la ciudad se deterioran
ز باران و از تابش آفتاب            a causa de la lluvia y la luz del Sol”

پى افكندم از نظم كاخي بلند        “Estoy agradecido a este gran palacio del verso
كه از باد و باران نيابد گزند        ya que no puede ser vencido por el viento ni la lluvia”

نميرم از اين پس كه من زنده‌ام   “Yo no partiré cuando concluya mi vida
كه تخم سخن را پراكنده‌ام           permaneceré en la semilla de la lengua [persa].” 


Susana Lamaison


Un poco de plástica: CUBIERTOS POLÍTICOS

Arte y ser en el mundo: ideologías en un cajón
por Miguel Ángel Rodríguez


Mónica Caputo, artista plástica y poeta.




La obra de Mónica Caputo escapa a toda interpretación ingenua. Sus cubiertos alborotados, en compartimientos estancos de cajón, no constituyen una imagen simple (ni muchos menos desideologizada). Estos instrumentos culinarios, y sus entornos contenedores, conforman alegoría precisa sobre nuevos y contemporáneos mundos de disonancia y descrédito.



Cubiertos políticos

En sus construcciones equilibradas, la vida de tenedores y cucharas nos permite observar y comprender las rencillas rústicas que pueblan los días corrientes.  Discusiones que no cuestionan el status quo, e inflexiones en el diálogo garantizan la supervivencia del cajón. Se conforma un dibujo fuerte, bien estructurado, que sindica nuestro destino de simples instrumentos de cocina.
Nido - Oleo sobre tela - 2001 -1x1

En este punto, Caputo es contundente y clara. Tras pocos atisbos de luz, solo oscuridad se visualiza. El conjunto alegórico troca en acto profético, y una sombría percepción futurista  avanza desde ángulos y rincones.

Ardid - Óleo sobre tela - 2001 - 1x1

Tras abandonar todo acercamiento rápido e ingenuo a las obras, emerge una construcción sutil, finamente comprometida con circunstancias habituales, ordinariamente humanas.



Coartada - Óleo sobre tela - 2001 - 1x1

Las tensiones se vuelven modernas y vibrantes, partidarias de disolver trabas y desarrollar dialécticas. Acto y potencia explotan; sobreviene el llamado a la psique ciudadana. Los horizontes son convocados.

Ta metá ta phisica, o metafísica, si aceptamos la regular traducción al castellano, sería la palabra. Puede resumir el espíritu indeleble de la estética revisada aquí.
Se pretende utopos, antes que cajón; y mil síntesis, que repelen los combates, son ungidas en el óleo profano de maderas y metales.


Sabotaje - Tinta (raspada) - 2001 - 0,90x1,20

HISTORIAS DEL FIN, libro de cuentos de Jorge Bach

ACERCA DE LA RETICENCIA, por Ricardo Rubio

Historias del fin
Toda mujer u hombre, en algún momento de su vida, se hace alguna de las preguntas filosóficas elementales, si se me permite el exceso: algunas de las preguntas ontológicas elementales, aquellas que responderían el porqué y el para qué de todas las cosas, desde el punto de vista humano. Existe una enorme cantidad de libros sagrados, muchos de ellos escritos hace miles de años, en distintas latitudes y en innumerables idiomas, que demuestran que nuestra naturaleza a través de los siglos se ha preocupado por su conciencia de ser. Y acaso esa es la escritura: un intento de comprender, aferrar lo que sucede a través de la descripción de los sucesos, sucintamente y sin mentir: lo que nos sucede, apenas tergiversado.
Según el notable cuentista mexicano Juan Rulfo: “todo escritor que crea, es un mentiroso. La literatura es mentira”, pero luego sigue: “de esa mentira sale una recreación de la realidad. Recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación”.
Estas recreaciones de la realidad, estas Historias del Fin, de Jorge Bach, se ajustan a esa idea, la idea de la referencia de la realidad de un modo novedoso e inspirado, y puedo decir que ha logrado, dentro del espectro literario que conozco, dar también con los preciados caminos que todo autor busca con ardor: una voz particular y un estilo que lo caracterice, es decir, aquello que es lo más difícil de lograr cuando hablamos de arte. Él ha encontrado su propia voz, ha encontrado su cualidad.
Como no es oportuno adelantar en una presentación las tramas de los textos, me ceñiré de un modo general a esa pluma particular que Jorge Bach ha conseguido imprimir a su narrativa, y lo prueba con este, su primer libro editado.
Sería muy difícil hallar un antecedente del discurrir de estos relatos –cosa que es muy natural al momento de analizar una obra, es una obligación académica buscar comparaciones-.
Algunos pasajes, la ceñida síntesis de Historias del fin me sugirieron muy ligeramente una obra: Martedina, del italiano Giusseppe Bonaviri.
Martedina es una nouvelle o pequeña novela, también contemporánea y también muy recomendable, y cuya relación traigo a cita por lo ajustado del discurso que manejan tanto Bach como Bonaviri.
Pero no solo se trata de velocidad o de síntesis, también Mempo Giardinelli tiene en su narrativa muchos pasajes veloces, incluso Borges y Bioy Casares practicaron mayormente la síntesis, pero el modo en que lo hace Jorge Bach, el juego que utiliza para no decir lo que no quiere decir y para advertirnos que allí está lo que no dice, es único en el género.
Biblioteca Popular Manuel Belgrano, en Pinamar
Biblioteca Popular Manuel Belgrano, en Pinamar

No es raro que de este modo nos incluya en sus narraciones, nosotros, sus lectores, debemos estar allí para completar la historia con el oleaje de nuestra psiquis.
Cada cuento tiene de suyo la frescura de este nuevo milenio, frescura que se apoya en la agilidad discursiva y en un vocabulario variado que da forma a la exposición novedosa, que no solo se acomoda al tiempo en que vivimos sino también propone una nueva estética. Tenemos también todo lo que se refiere a los argumentos, donde lo cotidiano se convierte en carga esencial, intrigas que podrían haber sucedido o que pueden suceder; lo atractivo del imponderable, de lo inesperado, el misterio y los sucesos asombrosos, un juego donde las palabras son cómplices del ingenio: lo que en un momento nos parece atrapado por nuestra percepción se nos fuga, desaparece; lo que a cada paso estamos pensando que sucederá, finalmente no sucede o sucede de otro modo; y no utiliza la estrategia del engaño, habitual en los cuentistas tradicionales, no; en Historias del fin hay alusiones, alusiones de asuntos muy objetivos que componen alegorías donde la moraleja no se expresa, pero está allí, a muy pocos pasos.
Jorge Bach
Jorge Bach

El suyo es un estilo que yo llamaría de reticencia: por momentos solo se ve una parte de lo que el personaje ve y solo se sabe lo que el personaje quiere que se conozca, pues no delata sus pensamientos, o bien los delata, pero solo en parte. A veces no es el escritor quien narra, sino un personaje que se revela luego de avanzada la lectura.
En fin, más o menos de este modo aparece este formato narrativo que llamo ahora reticencia.
Consecuentemente, el lector no encontrará lugares comunes ni frases hechas que lo aten a la vaga generalidad ni a la consecuencia obvia. Considero a este último aspecto como muy importante, dado que el lugar común o la frase hecha no es sólo un elemento que se opone al arte sino también el modo de demarcar entre un trabajo literario mediocre y otro de excelencia.
Un lenguaje cuidado, un tono formal y moderno, la novedad en el tejido de las tramas, las estructuras compositivas donde la realidad se cuadricula, gesticula, salta de un paisaje a otro; las frases ingeniosas, la ceñida síntesis son los elementos que se ocupan de generar este estilo que llamo reticente.
Pero también en estas Historias del fin se manifiesta la responsabilidad filantrópica de Jorge Bach en su oficio de escritor, donde la familia ocupa un lugar preponderante, se preocupa de las situaciones de todos los días, de las cosas posibles y de las aparentemente imposibles, y las presenta con este nuevo cariz, con este nuevo estilo.
Y para aquel que valora la entrelínea y la simbología, encontrará muchos tópicos con los que se acentúa el valor ético de estas narraciones.
No estaría de más expresar que Historias del fin cumple con todos los requisitos del lector exigente, habituado a las buenas obras, a las buenas lecturas.

Ricardo Rubio
Ricardo Rubio