Historias del fin |
Toda mujer u hombre, en algún momento de su vida, se hace alguna de
las preguntas filosóficas elementales, si se me permite el exceso:
algunas de las preguntas ontológicas elementales, aquellas que
responderían el porqué y el para qué de todas las cosas, desde el punto
de vista humano. Existe una enorme cantidad de libros sagrados, muchos
de ellos escritos hace miles de años, en distintas latitudes y en
innumerables idiomas, que demuestran que nuestra naturaleza a través de
los siglos se ha preocupado por su conciencia de ser. Y acaso esa es la
escritura: un intento de comprender, aferrar lo que sucede a través de
la descripción de los sucesos, sucintamente y sin mentir: lo que nos
sucede, apenas tergiversado.
Según el notable cuentista mexicano Juan Rulfo: “todo escritor que crea,
es un mentiroso. La literatura es mentira”, pero luego sigue: “de esa
mentira sale una recreación de la realidad. Recrear la realidad es,
pues, uno de los principios fundamentales de la creación”.
Estas recreaciones de la realidad, estas Historias del Fin, de Jorge
Bach, se ajustan a esa idea, la idea de la referencia de la realidad de
un modo novedoso e inspirado, y puedo decir que ha logrado, dentro del
espectro literario que conozco, dar también con los preciados caminos
que todo autor busca con ardor: una voz particular y un estilo que lo
caracterice, es decir, aquello que es lo más difícil de lograr cuando
hablamos de arte. Él ha encontrado su propia voz, ha encontrado su
cualidad.
Como no es oportuno adelantar en una presentación las tramas de los
textos, me ceñiré de un modo general a esa pluma particular que Jorge
Bach ha conseguido imprimir a su narrativa, y lo prueba con este, su
primer libro editado.
Sería muy difícil hallar un antecedente del discurrir de estos relatos
–cosa que es muy natural al momento de analizar una obra, es una
obligación académica buscar comparaciones-.
Algunos pasajes, la ceñida síntesis de Historias del fin me sugirieron
muy ligeramente una obra: Martedina, del italiano Giusseppe Bonaviri.
Martedina es una nouvelle o pequeña novela, también contemporánea y
también muy recomendable, y cuya relación traigo a cita por lo ajustado
del discurso que manejan tanto Bach como Bonaviri.
Pero no solo se trata de velocidad o de síntesis, también Mempo
Giardinelli tiene en su narrativa muchos pasajes veloces, incluso Borges
y Bioy Casares practicaron mayormente la síntesis, pero el modo en que
lo hace Jorge Bach, el juego que utiliza para no decir lo que no quiere
decir y para advertirnos que allí está lo que no dice, es único en el
género.
No es raro que de este modo nos incluya en sus narraciones, nosotros,
sus lectores, debemos estar allí para completar la historia con el
oleaje de nuestra psiquis.
Cada cuento tiene de suyo la frescura de este nuevo milenio, frescura
que se apoya en la agilidad discursiva y en un vocabulario variado que
da forma a la exposición novedosa, que no solo se acomoda al tiempo en
que vivimos sino también propone una nueva estética. Tenemos también
todo lo que se refiere a los argumentos, donde lo cotidiano se convierte
en carga esencial, intrigas que podrían haber sucedido o que pueden
suceder; lo atractivo del imponderable, de lo inesperado, el misterio y
los sucesos asombrosos, un juego donde las palabras son cómplices del
ingenio: lo que en un momento nos parece atrapado por nuestra percepción
se nos fuga, desaparece; lo que a cada paso estamos pensando que
sucederá, finalmente no sucede o sucede de otro modo; y no utiliza la
estrategia del engaño, habitual en los cuentistas tradicionales, no; en
Historias del fin hay alusiones, alusiones de asuntos muy objetivos que
componen alegorías donde la moraleja no se expresa, pero está allí, a
muy pocos pasos.
El suyo es un estilo que yo llamaría de reticencia: por momentos solo
se ve una parte de lo que el personaje ve y solo se sabe lo que el
personaje quiere que se conozca, pues no delata sus pensamientos, o bien
los delata, pero solo en parte. A veces no es el escritor quien narra,
sino un personaje que se revela luego de avanzada la lectura.
En fin, más o menos de este modo aparece este formato narrativo que llamo ahora reticencia.
Consecuentemente, el lector no encontrará lugares comunes ni frases
hechas que lo aten a la vaga generalidad ni a la consecuencia obvia.
Considero a este último aspecto como muy importante, dado que el lugar
común o la frase hecha no es sólo un elemento que se opone al arte sino
también el modo de demarcar entre un trabajo literario mediocre y otro
de excelencia.
Un lenguaje cuidado, un tono formal y moderno, la novedad en el tejido
de las tramas, las estructuras compositivas donde la realidad se
cuadricula, gesticula, salta de un paisaje a otro; las frases
ingeniosas, la ceñida síntesis son los elementos que se ocupan de
generar este estilo que llamo reticente.
Pero también en estas Historias del fin se manifiesta la responsabilidad
filantrópica de Jorge Bach en su oficio de escritor, donde la familia
ocupa un lugar preponderante, se preocupa de las situaciones de todos
los días, de las cosas posibles y de las aparentemente imposibles, y las
presenta con este nuevo cariz, con este nuevo estilo.
Y para aquel que valora la entrelínea y la simbología, encontrará muchos
tópicos con los que se acentúa el valor ético de estas narraciones.
No estaría de más expresar que Historias del fin cumple con todos los
requisitos del lector exigente, habituado a las buenas obras, a las
buenas lecturas.
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