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lunes, 31 de diciembre de 2012

Las ventanas de Alfredo Jorge Maxit



UN CONSEJO MAESTRO

Colectánea (2010), obra última de Horacio Castillo, es una suma de encuentros que el autor tuviera con otros notables de la Literatura.
Una de esas  páginas de oro se titula: Borges y el joven poeta. En ella da cuenta de un viaje de Borges a La Plata en 1954 cuando su fama era bastante modesta. Borges llegó entonces acompañado por la escritora Ema Rizzo Platero y,  después de su disertación sobre la Cábala, fue objeto de un juvenil agasajo, en el pequeño departamento de Arnaldo Calveyra, entonces estudiante de Letras. Y el relato prosigue así: “En cierto momento de la reunión, no recuerdo si en un tocadisco de Calveyra o por la radio, se escucharon los acordes de un tango. Y, aunque hoy resulte increíble, Borges se puso a bailar con Ema.”
Allí, pues,  el joven Castillo consiguió que Borges lo invitara a un encuentro personal, el que tuvo lugar “en la tradicional confitería La Fragata, en la esquina de Corrientes y San Martín, en Buenos Aires”.
En la charla apareció el tema de los poetas de la llamada “primavera trágica”. Entonces el joven le recitó a Borges un poema de Ripa Alberdi titulado “Jesús en Grecia”, cuya última estrofa es la siguiente: No te encontré, Jesús, y yo estaba seguro/ que un alma tan profunda y un corazón tan puro,/que se entregó en parábolas a todos los humanos,/debió ser un poeta de los tiempos paganos.
Borges repitió el último verso y agregó: “Qué verso memorable ¿no?”. Respondí: “Parece escrito por usted”. “Tal vez lo escriba algún día” –ironizó. “Mi comentario sobre el poema de Ripa Alberdi pareció haberle interesado, porque a continuación me preguntó por mis inquietudes literarias y se interesó en conocer lo que escribía. Saqué de un sobre varios textos y se los fui alcanzando. Borges, con paciencia digna de mejor causa, los fue leyendo y, al terminar, dijo: “Usted domina muy bien la técnica del verso, pero yo no sé qué suerte le puede esperar a un poeta que escribe como Darío escribía hace cincuenta años”. Guardé los poemas, lo acompañé hasta su casa de la calle Maipú y, todavía turbado por el veredicto, me despedí mascullando vaya a saber qué sobre el implacable pero en el fondo tan justo crítico.” 
Recuerden, quienes escriben poesía, el consejo clave de dos maestros.
  
Alfredo Jorge Maxit