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sábado, 12 de mayo de 2012

LAS ALUSIONES de ROBERTO DI PASQUALE por PHILIPPE DELAVEAU

Roberto Di Pasquale

ACERCA DE LAS ALUSIONES
Fue en Trois Rivières, en Québec, que nos conocimos Roberto Di Pasquale y yo. Así, existen algunos lugares benditos sobre la tierra. Struga, Trois Rivières, Lovaina -donde, durante algunos días, la poesía recibe ese don inestimable de encarnarse en voces, para auditorios pacientes y atentos.
Roberto Di Pasquale viene de la Argentina y aún de más lejos o para nosotros los franceses de más cerca: Italia. Pero, también ha vivido largo tiempo en África, la cual está intensamente presente en algunos de sus poemas. Quiero decir, mencionando esto, que Roberto Di Pasquale ha visto mucho, antes que, según sus modalidades singulares, la palabra poética no haya transfigurado sus recuerdos. Entonces, entre África, Europa y las Américas, la palabra poética se convirtió en su verdadera morada. Musset decía: “Los grandes artistas no tienen patria”. A esto Camille Saint-Saëns respondía: “Si el arte no tiene patria, los artistas sí tienen una”. Por mi parte, yo creo que ellos la buscan largo tiempo, a través de sus viajes o de sus sueños, como la Rusia que Rilke había juzgado “vasta y santa”, primera revelación del lugar de poesía primera figuración de lo Abierto. Es necesario haberla buscado largo tiempo para encontrarla en la voz profunda. Es necesario haberse aproximado al centro, donde todos los lugares del mundo se nulifican entre sí. Pero este descubrimiento último implica largas búsquedas a tientas. “El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio y total conocimiento. Busca su alma, la inspecciona, la intenta, la aprende”. Esto dicho por Rimbaud, y parece que  Roberto Di Pasquale lo ha escuchado y se ha esfor-zado por responder: “Yo soy/ Animal con misterio/ hombre”, él escribía en 1950. Definición que corrobora la de un poema de 1992: “Consagrados/ al misterio erizado/ de su carga de enigmas”. Pero el poeta no se abandona a conceptos. Él sabe que la poesía debe apoderarse del aquí, de ese aquí abajo, donde transitamos. “¿Qué estás haciendo aún/ con tus pies en la tierra?/ Acaso sí lo pienses”.
Entonces se descubre la parte de misterio que parece adaptada al hombre. “Ajeno a su ansiedad y al tiempo que la mide”. El espejo de palabras revela al hombre que se interroga, su extrañeza fundamental. Pareciera que el hombre se despoja precisamente de aquello que le permitiría conocerse. Es lo que deja oír el poeta cuando ofrece al río Hudson la libación de su poema:

He llegado hasta tí, Río Hudson,
a conversar un rato con tus aguas.
Despojados los dos, naturalmente,
de aquello que el mundo nos dio
como una gracia.
 
Entonces el poeta emprende el camino para llegar a su centro. Busca lo que podría ser el conocimiento que le dará la poesía. Conocimiento humilde, provisorio, que exige largos tanteos, y más que todo, sin duda, la experiencia, fundadora, ontológica, que consiste en colocar en primer lugar la existencia. “Saber que uno ha nacido”, saber simplemente que “la vida existe”. La vida aparentemente tan simple, y sin embargo, inaccesible:
No puedo despedirme de mí mismo.
Y no podré siquiera adivinar
cuando llegue
el momento de advertirlo.
Entonces, hay que caminar, es decir cumplir el espacio, pero “la distancia tampoco es medible (acaso si ella existe), entre aquí y este allá”. Saber por último que “lo que digo es verdad”. He aquí eso que a pesar de la ansiedad, o causa de ella, la conciencia que canta puede reconocer sin equivocarse. Ella sabe que debe apoderarse de pronto de “lo eterno del instante”. Hay que esperar así, o soñar de noche, entre los árboles. Quizás arriesgarse en el laberinto, que obsesiona a veces a Roberto Di Pasquale, como a su compatriota Borges, para encontrar en un recodo del camino ese algo misterioso que se calla. ¿Es Dios, es el Destino, es la muerte? Pues el poeta ha sentido a veces una presencia invisible. “Las manos que empujan tus espaldas no dejan tus huellas digitales”. Y por delante, las manos del poeta que camina, palpar las formas vacías del abismo, donde yace el silencio. Pero igual hay que combatir, porque es a ese precio que reanuda la marcha:
Ahora has llegado a las últimas líneas
El combate se libra
sobre el barro o la nieve.
Tal vez a pie desnudo.
No es cuestión de cruzarlas
las últimas líneas.
Hay que chapotearlas. Combatir.
Pero en esta experiencia de la ausencia, he aquí que el poeta encuentra “al poeta Ricardo Molinari/ ya anciano” y que ese testigo le recuerda la lección de la poesía: “Qué lindo es escribir” y le comunica su alegría: “Si. Por supuesto. Estaba marchando/ sobre el barro y la nieve/ de sus últimas líneas/ Combatía”.
También, ¿cuál será el estatuto del poema? Roberto Di Pasquale sabe como los poetas franceses de hoy en día, que han escuchado la lección de Philippe Jaccottet y de Jacques Réda, que la poesía debe tender a la simplicidad. ¿Esto quiere decir a la facilidad, a la indigencia? De ninguna manera. El poeta nos dice que desprecia “los versos anecdóticos”. Si toda poesía es al comienzo circunstancial porque ella salió de un instante, ella se eleva sin embargo hacia lo universal diciendo que no pasa. Más todavía, la palabra poética es una transmutación del espesor en palabras; del cuerpo en sustancia melódica: “Los fragmentos que escribes ahora/ comienzan a ser,/ como pediste alguna vez,/ los trozos desgarrados/ de tu carne enverbada”.
Así, es necesario continuar a soñar, marchar alrededor del centro, para aproximarse dulcemente, proceder así por alusiones. Porque todo momento de la existencia, como todo objeto, nos habla de misterio. Eso que en otra perspectiva, afirmaba Claudel: “Los hindúes no cesan de repetirnos que todo es ilusión, pero nosotros, los cristianos, creemos que todo es alusión”.
Entonces el poeta puede esperar algún día el retorno del niño que fue, que vendrá a buscarlo, quizás en el momento de la muerte.
Quizás es la experiencia última de lo inefable. “La revelación de la infancia”. “Si de pronto aquel niño consintiera en volver (…) si de pronto volviese, y nombrándome/ revelara la noche”. La noche es la esencia misma, última del trabajo poético. Son los ojos quemados por haber contemplado lo invisible, y en el mismo instante los que sólo han visto el sueño del árbol. “Y lloro ante mis ojos/ que no pueden mirar/ lo que llevo/ aquí dentro”.
Esa es, en definitiva, la palabra poética, que logra, aunque fracase, aproximarse a lo que es en conjunto ausencia y presencia, “ausencia ardiente” decía Rilke. Y su melodía propia, el sonido que devuelve la voz. Lo que Roberto Di Pasquale llama la “música callada”.
Pero estos comentarios no son nada. Falta, y es lo más importante, el universo de poemas… Delacroix decía que la pintura es un “puente entre dos almas”. Rilke ha usado la misma expresión en una carta a Supervielle. Deseemos que las  Alusiones  de Roberto Di Pasquale lo sean también, asociando nuevos y fervientes lectores a su empresa.

Philippe Delaveau

     
Este texto fue leído por Philippe Delaveau al presentar la traducción francesa de las Alusiones en la sede de la UNESCO, en París, el 10 de mayo de 1994.
Traducción al castellano por Chaja Di Pasquale.